lunes, 4 de marzo de 2013

Relato 4: Memorias

Cuando abrí la puerta de la habitación del abuelo, me sorprendí por no verlo en su mecedora, donde solía estar habitualmente. Decidí aprovechar la oportunidad y, aunque sabía que estaba mal fisgar en las cosas de los demás, no pude resistirme a saber algo más acerca de su pasado, ese que tantas veces eludía cuando le preguntaba directamente.

Después de rebuscar por los cajones de la mesilla y del escritorio de su habitación sin resultado, se me ocurrió mirar bajo la almohada y allí lo encontré: su diario.
Utilizaba una especie de archivo, al que cada vez que escribía algo, iba añadiendo una nueva hoja con sus preocupaciones de aquel día. Comencé por las primeras páginas, ya amarillentas por el paso del tiempo, y fui avanzando nerviosamente hacia delante al no encontrar nada lo bastante importante como para justificar su comportamiento, la brusquedad en su respuesta y su posterior mirada perdida durante un largo rato.

Al final, entre los recuerdos de mi abuelo, encontré algo que prometía y comencé a leer:

Hoy escribiré algo quizá un poco triste y es que con el paso del tiempo te das cuenta de algo:

Todo tal y como empieza se acaba, es algo sencillo, lógico, matemático: una película, un buen libro, la universidad... No duran para siempre, termina llegando un momento en el que comienzan a aparecer los créditos finales, o te quedas sin páginas para continuar, o te conviertes (o no) en profesional de aquello que has querido estudiar. Hay un momento en el que te topas con la palabra FIN, ya sea física o metafóricamente.
A veces ese final es deseado, y lo coges con gusto, con alegría, pero otras veces te embriaga una sensación de vacío, como si aquello que se ha terminado se llevara consigo una parte de ti, sin la que no te sientes completo.
Y es que igual que se terminan los libros, y las películas, también se terminan amistades y relaciones.

Me resulta frustrante mirarla cada día y fingir que no la conozco más que de vista. Tener que verla subir al autobús con sus amigas, aguantar su saludo despreocupado y su tímida mirada hacia la parte donde estoy sentado, antes de seguir con su conversación.
Intento olvidarlo, intento que mi mirada no se desvíe inconscientemente hacia su espalda, hacia su pelo, y no recordar que una vez hacía no mucho mis manos lo habían recorrido, jugueteando con él. Intento olvidarlo, aunque sé que es una lucha ya perdida antes de comenzarla.

Sus labios, el perfecto contacto que se producía cuando se juntaban repetidamente con los míos, su cuerpo sobre el mío, la forma en la que había conseguido que perdiera gran parte del autocontrol del cual siempre presumo y me había entregado a ella durante aquella tarde en la que sólo habíamos existido nosotros dos.
"Esto no puede volver a pasar, no está bien, tengo novio" me había dicho, pero no la creí. He estado desde aquel día esperando que me volviera a llamar, porque no conseguía aceptar que aquello había empezado y terminado aquella tarde.

No podía quitarme de la cabeza su sonrisa maliciosa al verme tan entregado y la forma en la que disfrutaba tanto como yo del momento, ni el beso de despedida, acompañado de una adorable sonrisa que sonó a un hasta pronto, que comenzaba a alargarse demasiado y ya estaba a punto de hacerme enloquecer...

-¿Qué haces?
Me sobresalté y miré hacia la puerta, donde mi abuelo estaba plantado con los ojos como platos al verme leyendo su diario. Se acercó con agilidad y me lo quitó de las manos, a la vez que lo cerraba con fuerza.
-Abuelo...
-Sabes de sobra que está mal andar fisgando en las cosas ajenas. Me decepcionas.
No utilizó un tono enfadado, más bien parecía... triste.
-Lo siento- repetí, mientras caminaba con la cabeza gacha hacia la puerta. Sin embargo, antes de salir, me volví hacia él.
-Abuelo, ¿qué pasó al final con aquella chica?
Él no contestó enseguida, como si se estuviera planteando si contestar o no.
-Ella era tu abuela.

Miré comiéndome con los ojos el archivo que sostenía mi abuelo con adoración en sus manos, pensando en las siguientes páginas después de aquella, deseando por encima de cualquier cosa saber lo que había pasado a continuación. Dediqué una mirada de súplica a mi abuelo, pero obtuve como respuesta un movimiento negativo con la cabeza.
-Hoy ya has averiguado más de lo que deberías. Si quieres conocer lo que pasó después tendrás que volver mañana. Pero esta vez, cariño- añadió ante mi salto de alegría,- asegúrate de que yo esté en la habitación para mostrártelo.

De un par de saltos llegué a donde estaba él de pie, mirándome divertido, le planté un beso en la mejilla y tras asegurarle que volvería al día siguiente, me marché mientras él se sentaba en su mecedora y contemplaba el atardecer, casi sin pestañear, como si no hubiera nada en este mundo que pudiera sacarle de  sus pensamientos.
...

2 comentarios: