Sentado frente a la ventana, se
repetía continuamente esta frase, mientras en el exterior, la tormenta se
desataba ferozmente sobre la ciudad. El viento desviaba la lluvia contra el cristal, que mostraba su reflejo, con gotas de
agua dispersas por todo su rostro. Viéndose a si mismo llorando lágrimas formadas
por la lluvia, pensó que su corazón le pedía a gritos que se desahogara, que
sacara de su interior toda esa rabia contenida, todos esos pensamientos que le
mantenían en ese estado.
Pero quería ser fuerte, quería
por una vez poder sobreponerse a su sensibilidad.
“La vida da muchas vueltas”,
intentó consolarse a sí mismo.
Sin embargo, el resultado fue que
una solitaria lágrima se sobrepuso a sus esfuerzos por contener el llanto, y
como si esta hubiese conseguido hallar el camino correcto para salir de un
laberinto, muchas otras le acompañaron, hasta bañarle las mejillas por
completo.
Una vez empezado ya le fue
imposible parar, siguió llorando, cada vez oponiendo menos resistencia, dejando
que la melancolía, el dolor y los pinchazos en el corazón le dominaran.
-¿Cariño, te pasa algo?
Él inspiró profundamente y,
poniendo la mejor cara que pudo, miró a la persona que había entrado en la
habitación y se encontraba observándolo preocupada desde el umbral, con la mano
todavía en el picaporte de la puerta.
-No, mamá. No pasa nada.