-¿En qué piensas?
Ella soltó un bufido y apartó la
vista de la luna para observarle acercarse hasta sentarse a su lado en la cama,
de cara a la ventana.
-En nada. Miraba las estrellas.
Él asintió y pasó un brazo por
encima de su hombro, atrayéndola hacia sí. Ella cerró los ojos, disfrutando
cada segundo de su contacto, deseando que los segundos fueran eternos, pero sabía
que el abrazo no podía durar para siempre.
Él levantó la vista al firmamento.
-El cielo está precioso esta
noche…
-No es lo único.
Le miró y se dio cuenta de que la
observaba. Sus ojos denotaban un cariño infinito, hermoso, inmortal, pero no
era el cariño que ella quería.
-Te quiero, princesa.
-Yo también a ti.
Respondió a su instinto y lo
abrazó con deseo y desesperación. Él hizo lo propio con ternura y protección.
-Siempre me tendrás contigo.
Siempre estaré a tu lado.
Mientras él le susurraba al oído,
silenciosas lágrimas comenzaron a aflorar en sus mejillas escuchándolo.
-Lo sé.
-Sabes que puedes contar conmigo.
Puedes pedirme lo que quieras.
Ella sabía que él decía la
verdad, que nunca la abandonaría. Él siempre estaría ahí para protegerla, pero
se equivocaba en una cosa. Ella sólo quería lo único que él nunca le podría dar:
su corazón. Porque este ya tenía dueña.
Se dejó consolar en silencio
sabiendo que al final, él se levantaría e iría en busca de su verdadero amor y
ella se quedaría allí, sola, viendo alejarse a su corazón.
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