Cuando ella le dijo que se iba él asintió, distraído.
-¿Lo has pasado bien?
-Sí, claro.
Al fijarse mejor, se percató de que los ojos de la joven tenían
el brillo característico de cuando están conteniendo a duras penas las lágrimas
y, sin saber muy bien la razón, algo en el interior de su pecho se encogió.
¿Por qué lloraba? ¿Qué la tenía tan afligida? No quería que
llorase. Había sido muy simpática con él aquella tarde. Habían ido a dar un
paseo por el jardín y había conseguido amenizarle realmente con su
conversación.
-Puedes volver otro día de visita- le dijo, con la intención
de consolarla-. Me gustaría.
Ella sacó un pañuelo del bolsillo y se lo pasó suavemente por
los lacrimales, antes de dedicarle una triste sonrisa.
-Claro que volveré. Adiós papá.
Que lo llamara así lo desconcertó aún más. Mientras ella se
daba media vuelta y encaraba la salida, él trató de recordar. Quiso decirle algo, pero no encontró
las palabras. Sólo consiguió alargar el brazo en vano hacia la puerta, que ya
estaba cerrada.
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